Absortos en pensamientos, viendo a la nada con ojos consternados por la realidad, era un puñado de personas sentadas en la parte trasera de un autobús.
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| Buses de la capital |
Cuando llegué a la parada de buses, viendo el reloj y pensando en el suplicio obligatorio al que me sometería de no tener la suficiente fortuna de subirme a un automotor con espacio suficiente para mi, esperé la ruta que me llevaría al trabajo. Llegó el ansiado transporte en no mucho tiempo, pero de lejos se divisaba la cantidad inhumana de personas dentro de ese cubo rectangular que se hace llamar transporte público, hubiera sido demente intentar acceder por cualquier medio, y aun así, vario valientes se aventuraron dentro del suceso que rechacé con vivas intenciones, decidí esperar el siguiente, con un poco más de suerte estaría aceptablemente vacío.
Llegó el segundo, sin suerte alguna, pero si un poco más humanamente venturos, pagué la cuota obligatoria para conducirme de manera incomoda pero necesaria. Una vez dentro decidí quedarme en un espacio con libertad de movimiento, pero la alegría duró un par de cuadras, no más de 100 metros para el fin de esa comodidad ajustada, por llamarlo de alguna manera, cuándo a través de las ventanas se advertía una estampida de personas con objeto de subir y ocupar la pequeña comodidad conseguida, viendo al interior del bus, una nebulosa mancha donde solo se distinguían brazos alzados al cielo, aferrados a un tubo para guardar el equilibrio ante la constante amenaza del feliz transportista; un hombre que sin verle la cara al subir a la unidad, uno detecta la alegría de conducir cual carro en Nascar a punto de perder la contienda.
Parecía imposible pasar entre tantas personas, pero daba lo mismo que quedarse en un lugar donde iba a ser apretado y escurrido de todas maneras. Me aventure al centro de la unidad, llegando hasta un huequito donde ubiqué mi mano y el brazo siguió el instinto de supervivencia, alzándose hasta el tubo de seguridad. Repare en los que se encontraban en mejor situación que la gran mayoría, sin envidia, solo por curiosidad, y me pareció pasmosa la actitud de los que alcancé a ver, parecían esforzarse por ignorar el entorno más cercano y en cambio estaban muy atentos a algo fuera del automotor, algún evento descomunal estaba allá afuera que mantenía la atención de ellos fuera del lugar que realmente importaba, cada cabeza en dirección a la ventana y como si no se dieran cuenta que justo a su lado derecho un mar de gente estaba experimentando la peor experiencia del día, pero supongo que es lo mismo para todos, si los que estábamos parados, sufriendo la embestida, codos y demás, estuviéramos sentados, quizá actuáramos de la misma forma. No dudo que la gran mayoría lo haría; por un par de segundo unos cuantos perdían la atención de cualquier cosa que fuese más importante allá afuera y veía los rostros de sufrimiento de los allí presentes, pero solo era una distracción momentánea, después de no muchos segundos volvían a su estado vegetativo de la ventana.
Ya casi llegando a mi destino, debía prepararme para salir a como diera lugar. Un puñado de personas se apilaban cual embudo hacia la salida, sin sentido, solo hay una salida, y todos apiñados en la puerta para tratar de salir lo antes posible de esa angustia, ser los primeros fuera parecía la meta de todos, no les culpo, pero un poco más de cultura evitaría los empujones, codazos, apretadas y demás, todo sin sentido, al final, todos se bajan y sigo sin ver la razón de tal violencia innecesaria.
Me llamó la atención un par de sujetos que, contrario a la mayoría, no trataban de salir, sino de entrar por la parte trasera, al ver sus rostros de éxito después de sentarse, comprendí lo que estaban haciendo, evitar pagar la pequeña cantidad de dinero parecía el éxito más grande para ellos, a juzgar por sus caras de felicidad y su vista atenta hacia el piloto de Nascar, es tan increíble que un pequeño hecho de deshonestidad cause tal felicidad en ellos, cual es la diferencia entre estos y el ladrón, que deliberadamente toma lo que no es suyo, y nos hacemos llamar justos los que no asaltamos.
Una vez fuera de lo que sea que haya sido lo que pasó, venía el ultimo reto, un deporte extremo, llegar al otro lado de la calle no es tan fácil como aparenta, una calle de aproximadamente 8 carriles espera frente a otro puñado de personas con el mismo objetivo, los carros parecen acelerar ante la amenaza de unos cuanto en ocupar su espacio designado por derecho, después de flanquear unos cuantos, llegamos al otro lado, unos antes, otros después, pero sin tragedia alguna. Y como cosa inesperada, aparenta haber bondad en esta vida, mientras camino por la acera, frente a mi, un par de vigilantes dirigen su mirada hacia un encorbatado, que con aires de bondad se dirige directo a ellos, con tono apacible y amigable les extiende un bolsa, `Aquí están unas pupusas, solo que el chocolate hay que irlo a traer allá´, decía sin interés alguno, los beneficiados le ven con ojos de agradecimiento y casi devorando la bolsa recién recibida `No hay problema, muchas gracias´, decían al interlocutor.
Me figuro que este mundo es de el lo que hacemos, la maldad no se acabará en un abrir y cerrar de ojos, ni las injusticias en las decisiones de unos pocos que solo buscan poder para engalanar sus arcas. Es nuestro el deber de hacerlo mejor.

jjajaaj chistoso todo
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