Suena la alarma, es el gallo del vecino el que me despierta, pero ya es hora de levantarse así que dé pie a empezar un nuevo día. Hay que ganarse el pan para este día, estos dos chiquillos que tengo no comen, tragan, y no puedo dejarlos sin un pedazo de tortilla. Busco a mi esposa para darle un beso de buenos días, pero me doy cuenta que ella ya está en la cocina, preparando la lonchera de los que van a la escuela y la mía, para el almuerzo allá en el trabajo. Me toca ir con los pequeños, para levantarlos y que empiecen su día. Los dos están soñando y me siento mal por interrumpir tanta tranquilidad pero hay que desayunar, bañarse, ponerse los uniformes o nos agarra la tarde. Cada día es la misma pelea para que despierten, después de unos minutos de desconcierto al abrir los ojos y unas plegarias para que los deje dormir unos minutos más, como si eso hiciera la diferencia, logro ponerlos de pie. El mayor es un niño escuálido de cabeza grande, brazos delgados, piernas de alambre su piel todavía con rasgos de nueva, no esta tan tostada por el sol, acaba de cumplir los once, le gusta el futbol, anda la pelota para todos lados, dice que es delantero, como el resto de los de su grado, a esa edad creo que todos son los mejores caza goles de las canchas de la escuela o la colonia, las energías que tiene son interminables y es muy inteligente siempre sale bien en todas las calificaciones. El más pequeño está empezando preparatoria, casi seis años y siempre sigue al mayor a todos lados, tratando de imitarle en casi todo, es inquieto, muy curioso, nunca acepta un no por respuesta, salió a la mamá, los ojos son negros, bien redondos y profundos, algo pasadito de peso pero muy activo, quiere ser explorador.
Después del desayuno de todo campeón, pan dulce con leche, empieza la siguiente batalla para el baño, los gritos por el agua, helada gracias a la fuerza de la naturaleza aplicada en el barril donde la almacenamos, parecen los de un gato en plena pelea nocturna, años con esa rutina y no se acostumbran al agua helada. Ya listos y con los uniformes puestos es mi deber ir a dejarlos a la escuela, no sin antes una buena platica trivial con mi esposa de los planes para este día, la amo mucho, es laboriosa como muchas pero única para mí, amigos desde que tengo uso de razón, crecimos en el mismo pasaje y nos enamoramos allá por la adolescencia, amigos y confidentes nos hicimos novios y ahora estamos con esta encomienda de criar a estos dos bebes, todavía son bebes para mí; es bella, la veo como la más hermosa, lo es para mí.
Nos despedimos de ella con un beso y un abrazo, acostumbrados a encomendarnos a Dios antes de salir, nos vamos con la esperanza de vernos nuevamente dentro de pocas horas a la hora de la cena, me despido de ella. La escuela no está lejos de la casa, después de un par de cuadras llegamos a la esquina donde está la escuela y vemos la aglomeración de papás e hijos entrenado por una puerta diseñada para que entre una persona a la vez. Me despido de los dos antes de llegar a la entrada principal, con un beso en la mejía y un fuerte abrazo, no sin antes darles los consejos y regaños, por adelantado, las advertencias para que se porten bien, un par de consejos de cómo meter más goles en el recreo y con la esperanza de verlos por la noche, me despido de ellos.
Ya en la parada de buses, no tarda mucho en llegar el bus que abordo para ir al trabajo, como de costumbre va lleno hasta las puertas, los colores rojos y blanco de los lados trata de disimular el óxido de la carrocería, varias de las ventanas están visiblemente en mal estado, quebradas o trabadas, el humo que sale de la parte trasera y debajo del mismo bus es suficiente para fumigar una colonia entera de zancudos, y está más negro que propio asfalto de la calle, creo que el piso de mi casa es más áspero que la suela de las llantas, decir que parecen melones no es suficiente incluso veo los alambritos que llevan dentro del caucho, espero que el resto de las que no alcanzo a ver estén en mejor estado, pero mi ilusión no es mucha. Al dar el primer paso dentro del bus me percato de lo desgastado del estado del piso, se mueve en diferente dirección conforme avanza el bus, parece una pista de baile tratar de mantener el equilibrio.
Le doy las dos monedas que cuesta el pasaje, dos monedas que son de discordia para muchos, que hace unos años por agregarle una, de la mitad de su valor, dos policías perdieron la vida en unas manifestaciones; un pasaje que algunos quieren doblar argumentando costos o tal vez que sus márgenes de ganancias ya no son los mismos y tiene que ajustar los precios para seguir ganando la misma cantidad, o más, y seguirse dándose lujos que más del 98% de los usuarios no podrán costearse con los cortos salarios que recibimos, y todavía recibiendo una gabela del gobierno, que recientemente decidieron aumentar. Al darle las dos monedas al responsable de más de 72 vidas, desconfío de su rostro, sus ojos claramente irritados, no sé si es por desvelo o por los efectos de alguna sustancia indebida, espero que al menos sea legal, las manos sucias que me reciben el dinero tiembla y estoy seguro que no es por la vibración del motor en mal estado, la ropa sucia y el pelo desarreglado, asumo que está haciendo su esfuerzo para ganarse el pan, ese que todos los aquí presentes vamos a buscar.
Después de pasar el cuenta personas, y no está ahí para alguna estadística de servicio, seguramente el dueño de esta unidad no confía del responsable las 72 personas o más, no lo culpo quiere cuidar sus ingresos; busco un lugar para ubicarme. Distraigo la mirada por la ventana viendo otros carros pasar. Un frenazo repentino me devuelve a la realidad, pareciera que estamos dentro de un bólido tratando de llegar primero a la bandera a cuadros, las carreras de Nascar han de ser algo tan emocionantes como estas, el Ferrari de la Formula 1 no es nada contra este Blue Bird. Reparo en los frenos, espero que funcionen mejor que los reflejos del transportista, iluso nuevamente, es una ruleta rusa cada vez que son estrujados. En carrera abierta nuevamente, creo que competimos contra otras dos unidades que a mi parecer es tan en peor estado que esta. Me parece increíble la velocidad que alcanzamos con tanto tráfico, los sentidos se aceleran y la adrenalina sube, la velocidad sigue en aumento y viene la imagen de las llantas lisas a mi cabeza. Cierro los ojos pensando en lo que más amo, al mayor metiendo un gol y celebrándolo como todo un profesional, al menor haciendo tantas preguntas como le fueran posibles, a mi esposa, bella y tolerante, las imágenes se materializan en mi mente, desando más que nada estar al lado de ellos. El automotor se mueve bruscamente hacia los lados, sacude a todos de derecha a izquierda, varios caen al suelo y mucho gritan a viva voz pidiendo que algún poder divino los salve, todos se aferran de los hierros que aparentan seguridad, pero están tan flojos como la cordura del conductor, trato de ver las salidas de emergencia, iluso nuevamente, no hay ninguna o la removieron hace mucho para que cupiera otro asiento de dos personas; mi familia, un abrazo, otro beso, una despedida más larga, unas palabras de amor, cosas que podría haber hecho, apretó más los ojos como si eso me fuera a sacar de este lugar. Mi esposa, mis hijos, por qué hoy, por qué a mí.
Seguramente no todos las unidades de transporte publico están como esta, seguramente no todos los pilotos son como este, seguramente es solo mala suerte la de muchos que se suben en la unidad que está destinada al desastre, seguramente estoy generalizando el servicio. Pero lamentablemente, por uno que fue irresponsable, miles de inocentes mueren. Son muchos los que se ven obligados a viajar en estos buses, e inocentemente ponen sus vidas en manos de desconocidos.
Lo que acabas de leer es ficticio, pero estoy seguro que es una historia repetida para muchos, y no muy lejana de la realidad.
:( tristemente cierto motito
ResponderEliminarHola que tal! permítame felicitarlo por su excelente blog,
ResponderEliminarme encantaría tenerlo en mis blogs de entretenimiento.
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